Dicen algunos que es uno de los paseos más románticos y bellos del mundo, y no se equivocan. La Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes –como se conoce popularmente, aunque su nombre auténtico es el de Paseo del Padre Manjón– permiten al caminante relajarse sentado en alguna de las terrazas o muros que bordean el río y deleitarse con perspectivas magníficas de la Alhambra.
El verde del monte y el ruido alegre de los pájaros y del agua del río completan esta fiesta de los sentidos. Es una estampa de ensueño en la que se han inspirado muchos escritores para crear sus grandes obras literarias.
La Carrera del Darro es un lugar pintoresco en el que nos vamos a encontrar en no muchos metros con monumentos históricos, hoteles con encanto, restaurantes, tabernas, pubs, tiendas de artesanía... un paseo en el que los amaneceres y anocheceres con la Alhambra como testigo de honor son únicos.
Vamos a iniciar este singular paseo en Plaza Nueva. Lo primero que nos encontramos es la iglesia de Santa Ana. Ya por encima de esta parroquia asoma la torre elegante de la Vela. Y nada más entrar en la Carrera del Darro tenemos –en la orilla opuesta al río– la calle Pisas en la que con sólo andar unos metros nos ponemos delante de la Casa de los Pisas, que alberga el museo de San Juan de Dios, quien murió en una de sus habitaciones. En este punto comienza el goteo incesante de comercios con recuerdos de Granada y de inmuebles que se mezclan con las casas antiguas, conventos, iglesias y demás monumentos que hacen un hermoso guiño a la historia.
En época islámica esta zona contó con importantes construcciones y una de ellas fue el Bañuelo, que son los baños árabes. Son de los más antiguos e importantes baños árabes públicos conservados en España y nos los encontramos pronto en este peculiar y literario paseo. También son conocidos como baño del Nogal (Hamman al Yawza) o de los Axares (de la salud o deleite).
Mientras caminamos vemos cómo estrechas calles se asoman al río que en época romana se llamaría ‘Río del oro’. Cuesta Aceituneros, Lavadero de Santa Inés... son algunas de estas angostas vías que si nos adentramos en ellas nos llevan hasta el Albaicín. Después de pasar por la puerta del Centro de Documentación Musical de Andalucía llegamos a la Casa de Castril –durante el siglo XVI se establecieron en esta zona grandes casas señoriales– y Museo Arqueológico de Granada, que merece una parada.
La Casa de Castril fue construida por los herederos de Hernando de Zafra, el que fuera secretario de los Reyes Católicos. En las diferentes salas que hay en las dos plantas se pueden ver objetos del Paleolítico, Neolítico, Edad del Bronce, época Romana, Andalusí... Y ahora una hermosa exposición de 28 piezas decorativas de la Grecia del siglo IV a. C.
“La fachada, tal vez recargada en exceso, tiene un balcón cegado sobre el que aparece esculpida la frase “Esperándola del cielo”. La leyenda asegura que un paje fue acusado de seducir a la hija del marqués, lo que le valió ser ahorcado de ese balcón, donde la muchacha fue a su vez emparedada. Cuando el muchacho proclamaba su inocencia, preguntó:
-¿Es que no voy a hallar justicia en la tierra?
Y el Marqués respondió:
-Espérala del cielo, pues aquí no la encontrarás.”
En la acera opuesta al museo encontramos la iglesia de San Pablo y San Pedro y si volvemos de nuevo al margen del museo veremos un cartel en el que nos anuncian que en el convento de San Bernardo podemos comprar dulces artesanales. Además del de San Bernardo en este rincón granadino también se levanta el convento de la Concepción.
Mientras caminamos por este paseo empedrado vemos sus puentes y el monte en el que brota ya el verdor que anuncia la primavera, aunque los árboles están aún desnudos. Los puentes de Espinosa y Cabrera nos van a servir para cruzar el río y poder admirar el barrio del Albaicín. Más adelante la Casa de los Chirimías (1609) marca el final de la Carrera del Darro y el inicio del paseo del Padre Manjón.
Aquí los monumentos se levantan en el margen derecho y la joya no es otra
que la Alhambra. A los pies del palacio nazarí se puede aprovechar para
leer algún poema de Lorca, Falla, Juan Ramón Jiménez (son sólo unos ejemplos
porque hay muchos más) que hablan de esta hermosa ciudad y del agua. ‘El agua
era mi sangre, mi vida, y yo oía la música de mi vida y mi sangre en el agua
que corría’. En los apenas 300 metros que separan Plaza Nueva del Rey Chico se
pueden descubrir decenas de rincones, vistas de una gran belleza y recuerdos de
la historia que con las prisas del día a día nos olvidamos de saborear. La que
se llamara en un día Carrera de la Puerta de Guadix es sin duda ese sitio
mágico; probablemente, la calle más bella del mundo.
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